HAITÍ vs ÁFRICA

CADA PERSONA ES DUEÑA DE SU SILENCIO Y ESCLAVA DE SUS PALABRAS

Haití ha hecho saltar las alarmas. Los países occidentales han reaccionado tarde, descoordinados y con más voluntad que eficacia. Todos estamos asistiendo al espectáculo dantesco que han dejado los temblores de la tierra. Nos alarmamos ante las deplorables condiciones materiales sobre las que los médicos están atendiendo a las víctimas, y en un abrazo colectivo, se nos encoge el alma y pensamos que eso no se puede volver a repetir.

Por otro lado, África está gritando y no la escuchamos. El seísmo de Haití lo lleva padeciendo una eternidad un continente entero. Parturientas que dan a luz solas en el bosque, hospitales inmundos donde, a falta de sanitarios, se practica la medicina popular ejercida por brujos y personas de buena fe. Comunicaciones que desaparecen en la época de lluvias y ayuda humanitaria que nunca llega a personas, mal vestidas y peor alimentadas, en el mejor de los casos con un plato de arroz.

El continente se desangra en un tsunami de sida, malaria, fiebre amarilla y una falta alarmante de dispensarios médicos. No cabe poner nombres o señalar con el dedo; es África entera la que grita que ella es Haití. Habitamos un mundo de dos velocidades en el que nuestras conciencias reaccionan ante las imágenes televisivas de la devastación.

Esta Europa opulenta, que se queja de unas miserias que son riquezas en otros lugares, no quiere ver a niños desnutridos ni le interesa la población que vive en guerras enquistadas. Da la espalda a genocidios, con los que se escandalizará luego, cuando los vea en el cine y mientras, permanece impasible ante las hambrunas que asolan a un continente entero, falto de los recursos mínimos de escolarización, vestido y alimentación.

Haití es el país más africano de América. Lleva la piel del azabache y muere, en este caso, porque la naturaleza lo mata; pero antes, ya padecía en su sangre ante el olvido de todos, en un acto de confraternización, la negrura del continente hermano.