LA VIDA NO VIVIDA ES UNA ENFERMEDAD DE LA QUE SE PUEDE MORIR de Carl G. Jung
Desde que están aumentando las tasas de paro tengo una amiga -psicóloga de profesión-, que no da abasto en tratamientos contra la depresión y la ansiedad. Me dice que es consciente de que algunas personas abandonan la consulta por falta de recursos y que otras posiblemente no le abonen los honorarios nunca. Cree en la escucha activa y en su buena práctica profesional pero, al igual que sus pacientes, conoce bien cual es la mejor solución a sus desgracias.
Piensa que es un mal contagioso que se está desarrollando en el imaginario colectivo de un país sumido en la desesperanza y la culpabilidad por haber hecho las cosas tan mal. No se puede cargar la responsabilidad de lo ocurrido a nadie en concreto; en especial, cuando hemos llegado a esta situación por causa de nuestra cultura laboral y nuestra laxitud al encarar la vida. No fuimos previsores en la época de bonanza y ahora, que tenemos las siete plagas de Ejipto sobre la cabeza, nos lamentamos y lloramos como Boabdil lo hizo al entregar las llaves de una ciudad construida para el disfrute de los sentidos.
Precisamos de proyectos ilusionantes, de esos que ponen las pilas a un país porque se la juega ante el mundo. Necesitamos reconocernos en la adversidad y encarar retos que transciendan nuestras fronteras, porque ahí sí podemos poner a funcionar al sistema productivo con un objetivo común. El mazazo del paro nos ha puesto de rodillas; pero con la cabeza agachada y el lamento torpe no nos va ha llegar el maná como a Moisés en el desierto. Lázaro estaba muerto y le lloraban hasta que alguien le dijo «levantate y anda» y al igual que el Fénix alzó el vuelo desde sus cenizas. Este país necesita creer en su iniciativa, cada uno a su nivel, con el autoempleo si es preciso, y empezar a tomar decisiones que le permitan desarrollar empresas.
Cada individuo tiene su talento y es el momento de sacarlo a la luz, y comenzar a poner en valor esas grandes capacidades que tenemos. En este desastre no podemos esperar a que la ayuda internacional venga a sacarnos de los escombros. Tendremos que ser nosotros solitos, quienes con nuestro buen hacer, nuestra previsión y nuestros recursos emprendamos proyectos que nos ubiquen en la realidad del mundo en que vivimos. Busquemos nuestro nicho productivo y hagamos de nuestro aguardiente el «agua de vida».
No podemos vivir de lamentaciones, y menos cuando es tiempo construir nuestras vidas dando lo que tenemos, con una conciencia de que queremos y podemos; cada uno a su nivel, pero con la determinación de que somos capaces de hacerlo. Habrá que realizarlo con nuevos modelos de producción, con otras reglas de trabajo y hasta quizás, dejándonos pelos en la gatera. Pero… hagamoslo, ¡hostias¡.