MORIR EN PAZ

EN LA VIDA, O SEGUIMOS CAMINOS O CONSTRUIMOS SENDAS.

Todos los seres vivos, tanto vegetales como animales, nacen, crecen y mueren. De esta manera, hemos entendido que el nacimiento y la muerte constituyen un acontecimiento natural constatable. Lo otro, la inmortalidad o la transcendencia del espíritu está por demostrar y se engloba dentro de los actos de fe. No sería bueno esperar al hecho incuestionable de la muerte para preguntarnos qué sentido tiene nuestra vida.

No estaría de más buscar la respuesta al interrogante de qué hacemos en este planeta o si la vida es solamente aprovechar los momentos de nuestra existencia. Me resisto a creer que las aspiraciones de las personas se cumplan con el trabajo y la acumulación de capitales. Es más, cuando acompañan las desgracias y se pierde lo más querido, podemos constatar que lo único realmente propio es el «alma» con que se afrontan las oportunidades que ofrece la vida.

Cada cual debiera encontrar una razón para continuar superándose como persona resistiendo frustacciones y desórdenes. No conozco a nadie que naciera con el fin de amasar fortunas o medios materiales. Si nacimos, en gran parte fue porque hay una razón que nos mueve a perpetuarnos y a seguir transmitiendo el ciclo de la vida. Puesto que lo hicimos, no sería malo el tomar conciencia de que fue para ser felices y que el medio más sencillo de serlo es realizar este viaje con el convencimiento de que lo más importante que podemos dejar es aquello que llevamos dentro y que, desde luego, nunca nadie nos podrá robar.

Deseamos alejar la muerte de nosotros sin darnos cuenta de que, en numerosas ocasiones, vamos asesinando la vida con nuestros miedos e irreflexiones, aceptando una muerte hospitalaria, que nos mantiene vivos, mientras que nuestras cuentas corrientes nos ofrecen saldos de seguridad. De esta forma,vamos matando la vida poco a poco, sin disfrutarla.